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Prostituta - Pedro Fabio Veras |
Por:
Al entrar se me vino a la mente la imagen de
un iglú, con un pasillo angosto y largo que al caminarlo daba claustrofobia,
una luz violeta iluminaba el centro del prostíbulo y extrañamente era difícil identificar
el rostro de alguien; un timbre ensordecedor se escuchó en todo el lugar y de
inmediato un tipo vestido de negro me abordó y amablemente me guió hacia una
mesa disponible, entonces comprendí que aquel ruido era para avisarle a él que
yo era el próximo cliente. Pedí una cerveza mientras anunciaban el próximo
show: una mujer que no comprendía el significado de poner en venta su cuerpo,
completamente arrítmica, se notaba que su único afán era desnudarse y salir de
esa tarea vergonzosa de una buena vez. Un desastre, cuando pasó por mi lugar para
hacer su colecta simplemente la ignoré, como ignoré todo su inexpresivo baile.
Se acercó a mí contando un puñado de billetes de bajo valor con su ropa
interior enredada en sus manos, mientras yo solo miraba hacia otro lado deseando
que se apartara de mi vista.
- - ¿Amor, no me va a colaborar? – me preguntó.
- - No. Bailaste muy mal.
- - Eso no importa si me vio toda.
- - Es lo único que me importa, en un baile mostrar
el culo y la vagina es lo de menos.
- - Pues, eso es lo que aquí se vende.
- - Entonces no vine a comprar.
- - Tacaño.
No existe nada más
ofensivo para un hombre que una mujer lo llame tacaño, pero era cierto cuando
le dije que no estaba interesado en comprar, tal vez sólo quería ver, sin
embargo tal arritmia fue como una bofetada en mi mejilla, me sentí apenado, no
por mí, sino por ella. Si hubo algo en lo pude equivocarme al respecto
de esa mujer, era en que había imaginado que era novata en eso de darlo por
plata, su grotesco baile simplemente era malo, una mala puta sin lugar a dudas,
un mal polvo sin temor a equivocarme; aunque para los que vienen aquí, no
importa si una prostituta es un mal polvo, lo que importa es la satisfacción
personal, para eso pagan, digo yo, para que ellas los satisfagan, no para
satisfacerlas a ellas.
El tipo de negro me había traído la bebida
acompañada de una caja de goma de mascar, tomé un sorbo de cerveza cuando
advertí que una mujer que estaba recostada a una columna me miraba fijamente,
obviamente esa mirada no representaba ningún interés en mí, solo me estaba
ofreciendo su servicio, era una puta. Pero por mucho que así fuera, no podía
evitar la intriga, esa extraña sensación que se siente cuando una mujer bella
te mira fijamente. Me preguntó con señas si podía acercarse y le hice entender
que sí. Era delgada, morena, pequeña, vestía un blusón negro de rayas blancas
con un escote que le dejaba ver unos senos no muy grandes, pero firmes y
brillantes, una falda con flecos y sandalias; es decir, parecía una mujer común,
con una belleza natural, quizá una imagen adrede, pensé, hecha para hombres
comunes como yo.
No se sentó a mi lado, lo hizo justo frente a
mí, apoyó sus brazos infestados de bisutería sobre la mesa, inclinó su cuerpo y
me preguntó que si qué hacía un joven como yo en un lugar como este, lo que me
pareció curioso, porque se podría decir que ella era algo menor que yo,
entonces le devolví la pregunta, ella sonrió y dijo: “trabajando” esa respuesta
tajante me hizo recordar (porque parecía que sus intensos ojos negros me habían
hecho olvidar en qué lugar me encontraba en ese instante) que estaba hablando
con una prostituta.
-
Cuánto vale tu compañía – le pregunté.
- - ¿Me das goma de mascar? Lo había olvidado.
- - ¿Lo habías olvidado? ¿Acaso es una rutina?
- - Así es, la goma de mascar no es para ustedes,
es para nosotras, se les ofrece a ustedes para que nosotras tengamos una excusa
para acercarnos.
- - Ya entiendo. Pero no lo veo necesario, ya
sabemos que no hay más interés en ustedes que ofrecer su servicio.
- - Tienes toda la razón, pero a los hombres les
gusta jugar a la casualidad y hay que ofrecérsela. Además – se inclinó más
hacia mí - hay mujeres aquí que
necesitan “pedir la goma de mascar”.
- - ¿Tú lo necesitas?
- - Extrañamente no, no contigo.
¿Qué de malo hay en enamorarse de una puta? Algunos
hombres acuden a ellas para satisfacer deseos sexuales, creyendo que nada de
ellas puede enamorarlos; pero todo sexo, así fuera con una prostituta tiene esa
ponzoña tóxica del amor. De hecho, pienso que es más fácil enamorarse de ellas
que de una mujer común, una mujer común tiene mucho que ocultar, es una mujer
superficial, y como no hay nada más atractivo que lo superficial, entonces nos
enamoramos de lo más falso e inestable, así que cuando vemos al fin lo que
ocultan, nos damos cuenta de que podemos encontrar exactamente lo mismo en un
bar como este a un precio razonable. Lo que despreciamos de una mujer es que
descubramos que se venda o se regale. En una prostituta eso no es problema, no
es nuestro temor y por ello, obviando ese detalle, podemos encontrar cosas
especiales que no encontramos en otra, nimiedades como una maldita caja de goma
de mascar, lo que nos lleva inexorablemente al amor.
- - ¿Cómo te llamas? – le pregunté.
- - Mira lo que estás haciendo, le estás
preguntando el nombre a una prostituta.
- - Miénteme.
- - Así son los hombres, odian masticar las
mentiras, pero les encanta tragárselas.
- - Me declaro culpable, ahora no estoy en el
mundo real, puedes mentirme.
- - Este es el mundo más real, te lo aseguro. Me
llamo Montería.
- - Pudiste elegir otro nombre.
- - Es verdad, mi nombre es Montería, mi padre me
lo puso porque amaba esta horrible ciudad.
- - ¿Eres de Montería?
- - Sí, nací aquí. Hui de mi casa a los 18 años y
ahora estoy aquí, viviendo abiertamente de lo único que toda mujer común vive
aunque no quiera aceptarlo.
- - ¿Dices que todas las mujeres viven de la
prostitución?
- - No, solo las amas de casa.
- - Podrías tener razón, pero las amas de casa se
lo dan a un solo hombre.
- - Hasta que se aburren y tienen la oportunidad
con otro, a veces solo eso hace la diferencia: la oportunidad. Además todos los
hombres son iguales, hacerlo con uno es lo mismo que hacerlo con todos.
- - Entonces yo puedo decir que todas las mujeres
son iguales también.
- - Y no te lo discuto, solo que unas están en
bares como este y las otras en sus casas, aburridas con sus padres o sus
maridos. Ninguna mujer lo da sin algún interés, si bien no es por el dinero, puede
ser también por otras cosas irrelevantes como cariño, atención, y todas esas estupideces
que a la larga las convierte en las peores y miserables putas: las que lo dan
gratis.
Se llamaba Montería, sí, como esta horrible e
infernal ciudad. Después de aparentar desconcierto por sus palabras, Montería
parecía orgullosa, pensaba que me había abierto los ojos, que me había mostrado
la realidad de las cosas con ese discurso tan obvio; era una niña que pretendía
conocer el mundo más que cualquiera, sólo porque vivía en las vísceras de la
humanidad, de esta ciudad caliente, pero de habitantes fríos.
-
¿Lo que quieres decir – le dije – es que la
naturaleza de cada mujer es ser prostituta?
- - No, puta. Todas nacimos para ser putas, solo
que otras se lo niegan y van por el mundo pretendiendo ser lo que no son, pero
aunque no quieran, nunca dejarán de ser putas, es nuestra naturaleza, y es por
eso que no sufrimos mucho tiempo por un hombre, porque sabemos que existen otros.
Yo asumí ser prostituta, no hago más que profesionalizar mi naturaleza.
- - Es raro escuchar esto precisamente de una
mujer, casi todas hablan en su defensa, veo que tú las atacas.
- - No, ni más faltaba. Con lo que te digo, hablo
a favor de la mujer. Tienes que dejar de oscurecer el término, muchos hombres
tratan como putas a sus mujeres en la cama, (lo que a nosotras nos encanta)
pero odian imaginar que otro hombre también lo haga, y es ahí cuando desprecian
lo que a ellos les gusta.
Debo admitir que en esta parte quedé un poco
convencido de lo que dijo. Estaba totalmente de acuerdo con ella hasta este
punto, solo que mis pensamientos al respecto se reducían a sentimientos
peyorativos hacia la mujer y nuestra naturaleza. Las decepciones continuas me
llevaron a pensar igual, pero desde un enfoque incomprensivo. Montería, en
cambio, hablaba desde otro enfoque, un enfoque totalmente contrario al mío, un
enfoque positivo que me ayudaría a asumir mejor la realidad y disfrutar del
mundo como el mundo se me presentara; sentía que la amaba, y algo dentro de mí
me decía que tenía que hacerla mía.
- - Lo que yo creo – le dije con mala intención –
es que justificas la bajeza de estar aquí, creyendo que todas las mujeres son
como tú.
-
Querido, - respondió cambiando de tono, tal vez herida
por mis palabras - estás hablando de lo que no sabes. Todas las que están aquí,
están por una razón, por una historia que nadie conoce y que tú no puedes
juzgar porque no sabes y no te interesa saber. Estas mujeres que ves aquí no
están aquí realmente, están en sus cuartos haciendo lo que a ti no te importa
mientras son sus cuerpos los que salen dispuestos a enfrentar la realidad por
ellas. Siento pena por ellas, porque creen que lo que llaman sentimientos es
más fuerte que sus emociones. Yo, en cambio, soy la única mujer completa que
está aquí, porque las emociones son las que valen la pena, porque no justifico
ser puta con mi vida, justifico mi vida con ser puta.
Fue un silencio fulminante que se presentaba en forma de música sensual, la antesala de un beso inolvidable. Decidí
jugar al conquistador y susurrarle mis intenciones al oído, decididamente se
puso de pie y me tomó de la mano para que la siguiera. Montería no es una ciudad
que le guste a todo el mundo, pero esta mujer me encantaba. Llegamos a su
cuarto, pequeño, con cantidad de muñecos de peluche y decoraciones infantiles alusivas
al amor.
- - Así que crees en el amor – Le dije.
- - No, solo es escenografía para clientes, ya
sabes, hay algunos que quieren conseguir inocencia en una puta, todo eso se les
tiene en este bar.
- - ¿Y crees que yo soy ese tipo de clientes?
- - No, si así fuera te hubiese pedido la goma de
mascar.
- - La pediste.
k
- ¿Te la regreso?
Ella sólo sonrió acercándose a mí, y con un
beso me devolvió la goma de mascar en mi boca. Odio esa supuesta diferencia
entre tener sexo y hacer el amor. He tenido sexo estando enamorado, he hecho el
amor sin estar enamorado, y nunca he podido discernir la maldita diferencia, se
siente exactamente lo mismo, como si estuvieras enamorado, y no es el amor lo
que nos impulsa, es el deseo, la sangre que se agolpa en el pecho y acelera el
corazón por reacción de sustancias químicas y neuronales que nos animalizan. Es
esa la propia esencia del amor, lo demás son sólo justificaciones. El amor no
tiene forma propia pero se parece a todo, es un vaso vacío que se llena con lo que queramos llenarlo, yo lo lleno con sexo, el sexo es el amor, es la ponzoña, el veneno que
te hace sufrir y desear. Creo que estaba enamorado de Montería, fue un amor a
primer tacto, y si ahí afuera hay un hombre como yo, debe creer en el amor a
primer tacto.
Qué tienen otras ciudades que no tenga
Montería, una mujer como ella no la había encontrado, mi alma recorrió todo su
cuerpo y mi cuerpo todas sus calles. Era ardiente en acción y fría mientras
dormía. Era Montería en la canícula, era Montería inundada. Sentía que la amaba
y la odiaba en aquella noche larga que se llevó todo mi dinero y las ganas de
volver a casa.
Llegué a la mañana siguiente a mi apartamento arrastrando mi cansancio; Montería había estado implacable, su sol insoportable
había producido ampollas en mi piel; y su boca, mordidas en mi cuello. Me metí
al baño por más de dos horas e imaginaba estar en casa de mi madre. Montería,
la ciudad, era insoportable; Montería, la prostituta, era inolvidable. Esa
misma tarde volví al bar, le pregunté al barman, (un estudiante de la
universidad que yo conocía bien) por Montería – Esto es Montería, profe – me
respondió riendo, como asumiendo que yo bromeaba.
- - No amigo, Montería, la muchacha que trabaja
acá que también se llama así.
- - Nada, profe, aquí no hay ninguna que se haga
llamar Montería. Todas tienen sus nombres artísticos, pero no hay ninguna que
se haga llamar así.
- - Hombre, es una mujer pequeña, delgada,
morena…
- - No, profe, las putas de aquí son todas paisas,
lo siento.
Me senté a una mesa esperando verla, pero fue
inútil, Montería se había esfumado; a cuanta mujer que trabajaba ahí le
preguntaba y ninguna la conocía. Nuevamente me trajeron una cerveza y otra caja
de goma de mascar, recordé que aún llevaba la caja anterior en mi bolsillo, la
saqué de inmediato y me di cuenta de que estaba intacta, me sentía confundido,
no recordaba si Montería había tomado una pastilla de la caja o la que
ella había puesto en mi boca ya yo la tenía. De repente sentí unas manos
femeninas en mis hombros y un acento paisa en mi oído izquierdo - ¿Papi, me das
goma de mascar? – me dijo, le di toda la caja y me largué de ese lugar de
inmediato. La tarde moría en Montería, el Sinú era una iguana que reptaba lentamente al borde de la Avenida primera, el sol estaba a la mitad dentro de río;
comprendí en ese sublime momento que Montería la ciudad y Montería la
prostituta eran una sola sonrisa detrás del puente.
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